viernes, 31 de octubre de 2014

UNA TEMPORADA PARA SILBAR, IVAN DOIG (II)

Morrie se enderezó con calma. Todos sabíamos que pegarle a un maestro era una ofensa capital, pero que el maestro devolviera el golpe era otra historia. Eddie había puesto los ojos en blanco y seguí agitando la mano maltrecha, a la espera de su destino. Una mancha roja del tamaño de sus nudillos había aparecido al final de la frente de Morrie. Tenía torcido el cuello de la camisa y la corbata desmadejada sobre el pecho. Durante varios segundos, toda la escuela contempló vacilante la escena: el hombre adulto, compacto, y el enorme adolescente, el uno frente al otro. Luego, Morrie se acomodó el cuello y la corbata y dijo casi con total normalidad:

-          Hablaré contigo al final del día, Eddie. Los demás, volved a vuestros sitios y sacad el libro de geografía.



Una temporada para silbar, Libros del Asteroide, pág 151

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